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Foto del escritorAltorre

En la Noche de Muertos, el pueblo se transforma en un santuario de luces y aromas.




Morelia, Michoacán, 18 de octubre de 2024.- Los campos de Copándaro, Michoacán, se tiñen de oro cada otoño, como si el mismo sol descendiera a la tierra para honrar la vida y la muerte. Es la temporada en que el cempasúchil, con sus pétalos encendidos de un naranja ardiente, florece como si quisiera atrapar el último aliento de luz antes del invierno. En cada flor palpita una historia, una promesa de reencuentro, un susurro del viento que, al rozar las tumbas, parece convocar a las almas que una vez caminaron entre nosotros.


En la Noche de Muertos, el pueblo se transforma en un santuario de luces y aromas. Las calles se llenan de altares iluminados por velas titilantes, y los panteones, decorados con arcos y caminos de cempasúchil, se convierten en portales que conectan este mundo con el más allá. Se dice que el cempasúchil, con su fragancia dulce y embriagadora, es el hilo invisible que guía a los espíritus en su viaje de regreso. Cada pétalo es un latido de nostalgia, un eco de amor que nunca se apaga.


Es una noche en la que el tiempo parece detenerse. Bajo el cielo estrellado, las almas se reencuentran en los recuerdos, en las ofrendas, en los aromas del incienso y los sabores compartidos. La muerte deja de ser temida; se convierte en una danza entre la vida y el más allá, en una celebración de lo eterno. Y es en ese manto de cempasúchil donde vivos y muertos se reconocen, no como ausentes, sino como eternamente presentes en el corazón de quienes los amaron.


En Copándaro, la flor del cempasúchil no solo adorna los altares; es el lenguaje del alma, un poema sin palabras que habla de la conexión que nunca se rompe, del amor que, más allá de la muerte, sigue floreciendo.




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