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MENSAJE AL PUEBLO DE DIOS CXVIII ASAMBLEA PLENARIA DE LA CONFERENCIA DEL EPISCOPADO MEXICANO

  • Foto del escritor: Altorre
    Altorre
  • 2 may
  • 5 Min. de lectura



“FAMILIA Y PAZ: VOCACIÓN Y CAMINO DEL EVANGELIO”

Cuautitlán Izcalli, Estado de México, 01 de mayo de 2025.- Al pueblo de Dios que peregrina en la esperanza en nuestra querida tierra mexicana. Estimados hermanos y amigos: Los Obispos de la Conferencia del Episcopado Mexicano, reunidos para su

CXVIII Asamblea Plenaria, en un ambiente de comunión y unidad, primero celebramos

la Eucaristía en sufragio por el eterno descanso del Papa Francisco, en la Basílica de

Guadalupe, donde él oró ante la imagen de nuestra Madre, en su memorable viaje a

México. Conservamos en la memoria sus palabras en la Catedral de México en su visita

del 2016, invitándonos a los Obispos a estar siempre unidos, como prueba de veracidad

de nuestra fe.

Haciendo un ejercicio sinodal, nos hemos puesto a la escucha del Espíritu Santo,

iluminados por la Palabra de Dios y atentos a los signos de los tiempos, para discernir

cuáles son los principales desafíos que enfrenta la Iglesia en México con más urgencia

respecto a la familia, la reconciliación y la paz.

Acontecimientos que nos preocupan

Como pastores, tenemos presente los acontecimientos que preocupan a todos: la

violencia que no cesa y que va impactando directamente a las familias y a los diversos

ámbitos de la sociedad, incluyendo la Iglesia Católica, como fue el asesinato de los 8

jóvenes y 6 heridos del grupo juvenil en la comunidad de San José de Mendoza, de la

diócesis de Irapuato; las desapariciones forzadas de personas que terminan o en fosas

clandestinas o incineradas o en las filas del crimen organizado; el alcoholismo y la

drogadicción que se va extendiendo hasta las comunidades más alejadas; la reformajudicial, una de cuyas aplicaciones es la próxima elección para diversos cargos en el ámbito del poder judicial.

Ante un panorama poco alentador, y aprovechando el contexto del año santo

jubilar, invitamos a todos los miembros del Pueblo de Dios a convertirse en signos de

esperanza, comenzando con poner atención a todo lo bueno que hay en nuestro país,

para no caer en la tentación de considerarnos superados por el mal y la violencia (cf. Spes

non confundit, 7), a “no dejarse robar la esperanza” (Papa Francisco). Seamos una Iglesia

donde todas las voces cuenten, especialmente las de las familias, las mujeres, los jóvenes,

los pueblos originarios, los migrantes, las víctimas de la violencia y de cualquier

discriminación. Sigamos construyendo familias sólidas, comunidades reconciliadas, y una

sociedad donde la vida tenga valor y la paz sea posible. La garantía más contundente de

nuestra esperanza es el Señor resucitado.

Reflexionamos en nuestra Asamblea sobre los retos que el cambio de época ha

traído a las familias de México e hicimos un discernimiento acerca de los caminos de paz

que nos ayuden a responder a la violencia que no cesa en el país. Nos preguntamos: ¿Cuál

debe ser nuestra respuesta como Pastores del Pueblo de Dios?

Para responder, a través de la conversación en el Espíritu Santo, escuchamos la

palabra no solo de nuestra experiencia, sino también la de varios matrimonios, jóvenes y

miembros de la vida consagrada. Primero compartimos los dolores y esperanzas que

como pastores, laicos y consagrados experimentamos por diversas situaciones que

lastiman a las familias; luego hablamos de las experiencias y aprendizajes que hemos

tenido con ellas. Lo mismo hicimos con el tema de la reconciliación y la paz. Finalmente

nos comprometimos con acciones concretas, para promover procesos de

acompañamiento, ayuda y formación en favor de las familias, la reconciliación y la paz.

La familia: comunión de amor, escuela de humanidad

El Pueblo de Dios está llamado a ser familia, donde todos aprendamos a ser

hermanos y los Pastores a ser padres.

Con firmeza afirmamos que la familia no es simplemente una institución natural,

sino una verdadera vocación eclesial y teológica, con una misión específica en la sociedad

y en la Iglesia. En efecto, es la célula fundamental de la sociedad; como “imagen de la

Trinidad”, es iglesia doméstica, lugar donde se encarna el amor gratuito, la acogida del

otro, la fecundidad del don y la construcción diaria de la comunión; es una escuela donde

se aprende a escuchar, a confiar y a perdonar.

Todavía existe un gran aprecio por la familia en nuestro país. La reconocemos

como un regalo de Dios a la humanidad. En ella encontramos un lugar donde se tejen las

relaciones de cariño, fraternidad y solidaridad entre los esposos, hijos, nietos, hermanos

y demás relaciones familiares. Sin embargo, no ignoramos la grave crisis por la que

atraviesa, atacada por varios frentes: ciertas ideologías avaladas por las mismas leyes, la

violencia, las políticas migratorias, “la pobreza, un machismo históricamente arraigado, la

desintegración, la violencia intrafamiliar, las migraciones forzadas, la inseguridad y ciertas políticas públicas que atentan contra esta institución tan fundamental para el desarrollo y el bienestar de una sociedad” (PGP, 50).

Hoy más que nunca es urgente sostener y acompañar a las familias, no con discursos abstractos, sino con cercanía, políticas públicas que reconozcan su valor fundamental, y comunidades cristianas que las acompañen en sus angustias y desafíos.

La Paz: fruto de la justicia y del Evangelio encarnado

Como pastores, desde nuestra misión profética, no podemos callar ante la

violencia que desangra nuestra patria. Junto con ustedes, hemos llorado a las víctimas de

la delincuencia, de la corrupción, de la impunidad y del miedo. Sabemos que no hay paz

sin justicia, ni justicia sin verdad, ni verdad sin amor. México sigue siendo un país

profundamente lastimado, pero no podemos acostumbrarnos a este dolor. Nos sentimos

interpelados a anunciar con claridad el Evangelio de la paz, que exige denunciar el pecado

estructural, consolar a las víctimas y promover caminos concretos de reconciliación. No

es ingenuidad, es fidelidad al Reino de Dios.

En esta tarea, estamos comprometidos a seguir la ruta propuesta por la Agenda

Nacional de Paz; reafirmamos nuestra esperanza y convicción de que la reconciliación y

la paz para los que vivimos en México sí es posible.


Bajo la protección de Santa María de Guadalupe

Ante la partida al Cielo del Papa Francisco, agradecemos sus enseñanzas sobre la

alegría del Evangelio, la familia, la misericordia de Dios y la paz, el cuidado de la creación

y la fraternidad, la acogida a los migrantes, el ser una Iglesia sinodal y en salida hacia las

periferias existenciales. Al mismo tiempo, los invitamos a orar a Dios nuestro Padre,

pidiendo la luz del Espíritu Santo sobre el grupo de Cardenales que tienen la grave

responsabilidad de elegir al nuevo Papa, Sucesor de Pedro, que la Iglesia y el mundo

necesitan hoy, según el corazón de Cristo Buen Pastor.

Queremos recordar a todos que nuestra Madre del cielo, Santa María de

Guadalupe, camina con nosotros. “Ella custodia sus más altos deseos, sus más recónditas

esperanzas; Ella recoge sus alegrías y sus lágrimas; Ella comprende sus numerosos

idiomas y les responde con ternura de Madre porque son sus propios hijos” (Papa

Francisco).

Renovados en esta Pascua con el amor de Cristo Buen Pastor, los abrazamos a

todos y les impartimos la bendición de Dios.


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